Liliana Porter

Entrevista a Liliana Porter

por Florencia Abbate

Revista El porteño, 2002

 

Nacida en Buenos Aires, Liliana Porter está radicada en Nueva York y cada tanto regresa al terruño a presentar sus nuevas obras. Para esta ocasión, en la galería Ruth Benzacar armó citas entre pequeños seres kitsch (un gaucho de lata, un cisne de madera, chanchitos con maracas, etc.) que pueden verse en vivo y en directo, en fotografías o bien en los videos Solo de tambor (19 minutos) y Para usted (16 minutos). Sus objetos se duplican hasta hacernos preguntar si no seremos nosotros meras copias de originales perdidos. Siniestros y entrañables, conseguir perturbar con un arte olvidado: la ternura.

Casi todas las obras de tu exposición están armadas con juguetes. ¿Hay una intención de que el espectador recupere cierta sensibilidad infantil al conectarse con ellas?

Sí. Se podría decir que para relacionarse profundamente con esta obra uno tiene que recuperar esa sensibilidad que llamamos infantil. En el fondo, eso que llamamos “infantil” es una forma mucho más directa de relación con el mundo. Después uno empieza a crear un montón de defensas, de explicaciones, que hacen que se vaya alejando cada vez más de las cosas. A mí lo que me interesa del mundo infantil es que no hace tanta diferencia entre los seres inanimados y los animados, o sea, un osito es a veces más importante que una tía (ríe). Esta obra pide un poco esa forma de relacionarse, sin prejuicios ni teorías. Le pide al espectador que se relacione directamente, y eso es tal vez lo más difícil.

Tus trabajos insisten con la idea de que estamos atrapados en un mundo de representaciones, condenados a no conocer nunca la realidad. Se habla de una influencia de Borges, ¿qué tomás de él?

 La influencia de Borges está. Y de su obra en particular me interesa el trabajo con los espejos como espacio virtual; y como espacio que permite mostrar muy bien la idea del estar más lejos, es decir, de que cada representación nos hace estar un poco más lejos del objeto.

 A lo largo de los años trabajaste esa idea en diferentes soportes:  grabado, pintura, fotografía y ahora video, entre otros. ¿Pensás que el soporte es aleatorio y está al servicio de algo previo que se quiere mostrar?

 Sí. En mi caso, primero está la idea y la idea te lleva a las soluciones técnicas. Yo creo que la obra es desde el principio el mismo tema, que va siendo abordado desde diferentes ángulos. Por ejemplo, de la primera época de mi obra, la conceptual, se decía que trabajaba el tema “ilusión y realidad”, cuando lo que ya aparecía era la cuestión más profunda de la representación.

 ¿Podrías definir brevemente esa búsqueda que recorre tu obra?

 Creo que toda la obra puede ser definida como una toma de conciencia acerca de la imposibilidad de llegar a un conocimiento último de las cosas. Por supuesto que cuando la hacía no me lo planteé de esa manera, pero ahora que lo pienso el intento sería un poco ése.

 Pareciera que algo peculiar de esta exposición tuya es que presenta esa imposibilidad de un modo que provoca risa, e incluso indulgencia y ternura.

 Tenés razón. Frente a esa imposibilidad se podría tener una sensación terrible; sin embargo, en mis trabajos hay un deseo de causarle algo positivo al espectador. Es cierto que provoca risa, porque lo que se está mostrando todo el tiempo es que cuando uno ya creía haber llegado hasta arriba, tocado el cielo, en realidad sólo había subido un escalón, y siempre quedan más escalones por subir, nunca se llega.  

 ¿A qué apuntan esos trabajos donde enfrentás dos objetos de distintas épocas y jerarquías culturales? Recuerdo uno donde hay un playmóvil parado ante un retrato de Velásquez.

 Tiene que ver con la voluntad de que exista un diálogo entre tiempos distintos. Unir esos objetos sería como crear una dimensión virtual que admite la simultaneidad entre diferentes tiempos.

 En la década del ´70 hiciste una serie de obras que llegaban por correo. ¿A qué ideas iba ligada la propuesta?

 Lo que hacía en esa época era enviar por correo tarjetas con una impresión en offset de objetos; por ejemplo, mandaba la sombra de dos aceitunas o la sombra de un vaso. El tipo que lo recibía podía colocar encima de la sombra el objeto, o tirar la tarjeta (ríe). Las ideas que tenía eran dos. Una, la de invertir el tiempo, porque primero estaba la sombra y después el objeto. Y la otra era la idea de la obra de arte efímera.

 Ese carácter efímero hacía que quedaran fuera del circuito comercial de las galerías…

 Sí, sí. La idea era que las obras no fueran vendibles.

 ¿Y qué opinás hoy en día de eso?

 Me parece una idea algo romántica (ríe). Más allá de la voluntad de uno, el sistema se ocupa de incorporar la obra al mercado. Actualmente vemos que muchas cosas que en los 70 los artistas hacían con esa intención, hoy se venden a cifras impresionantes.

 ¿No habría nada que rescates de aquel tiempo?

 Reivindicaría, en todo caso, la ideología.

 Hay un fragmento de uno de tus videos que se titula “Obreros”. ¿Podrías contarlo?

 Cómo no. Lo que van apareciendo son varios objetos útiles, por ejemplo, un alfiletero con forma de perro y un abridor con forma de pato. Al lado del abridor hay un muñeco vestido de señor, y parece que están conversando; pero una mano entra rápidamente y agarra al patito, y destapa una botella. Hay una interrupción de ese diálogo, y ahí te das cuenta de que era un abridor y no un patito. Algo parecido pasa con el alfiletero, como el perro tiene ojos y mira, uno enseguida le pone vida; entonces, cuando aparece la mano y empieza a clavarle alfileres en el lomo, te duele.

 Viviste en México desde el ´58 al ´61. ¿Qué le aportó a tu carrera esa experiencia?

 A nivel artístico fue una etapa muy importante para mí, porque  aprendí grabado y, con el que entonces era mi marido, el uruguayo Luis Camnitzer, montamos un taller. Además era la primera vez que salía de mi lugar, y eso me produjo un cambio de perspectiva muy fuerte. Me hizo ver cómo el hecho de ser extranjero te hace percibir las cosas de un modo distinto; aunque hables el mismo idioma, las palabras no significan igual en un lugar y en otro.

 ¿Y qué sentiste al llegar a Nueva York en el ´64?

 Mi llegada a Nueva York coincidió con el auge del pop. Era la época de las exposiciones de Warhol, que lograba condensar en su obra todo lo que estaba pasando. Yo tenía 22 años, y te diría que lo que más me impactó fue la ciudad, su ritmo y el modo de vida. Las dos cosas se produjeron en forma simultánea, porque por un lado iba a ver las sopas Campbell de Warhol a la galería, y por otro tenía la experiencia cotidiana de comprarlas en el supermercado y comerlas. Creo que en mi obra influyó mucho ese descubrimiento de la relación que Norteamérica mantiene con los objetos, porque ahí se ve muy claramente lo que es una sociedad de consumo, una sociedad que todo el tiempo compra y tira, tira todo.

 ¿Qué tipo de relación entabla tu obra con la época en que vivimos: la critica, la muestra, la celebra?

 No lo sé. Tal vez sería un poco pretencioso decirlo. Uno está tan cerca de su obra que es difícil juzgarla. Pienso que si una obra está hecha con autenticidad, siempre se encarga por sí misma de entablar un diálogo con la época. Y creo que algunas de mis temáticas, como los espacios virtuales y la confusión entre el original y la copia, son representaciones que tienen bastante que ver con la actualidad. Por ejemplo, con la realidad virtual que construye internet, y también con el hecho de que uno vaya a comprar un producto y no elija cualquiera sino aquel que ya vio en el afiche. 

 ¿Qué opinión te merece el estado del arte contemporáneo?

 Hace poquito hubo en Nueva York una gran muestra con artistas de todos los países, y en general noté que lo dominante era una gran frivolidad. La frivolidad y una actitud más bien agria, sin vida.

 Tu obra parece irradiar esa felicidad propia de los artistas que no conciben la creación como un proceso solemne y doloroso.

 Totalmente. A mí lo que más me gusta de los dibujos de esta muestra es que los hice sin pensar que después iban a ser obras de arte. Me salieron como algo natural, fácilmente y casi sin darme cuenta, de la misma manera que uno vive o respira. Pienso que no existe mejor forma que ésa de hacer arte.