
GÉnero: Novela
El grito (2016)
EDUVIM, Villa María, 2016
Alguna vez la crítica ha postulado series o modos de leer la literatura argentina a través de determinados ejes como, por ejemplo, la última dictadura o la guerra de Malvinas; dentro de la serie de “las novelas del 2001”, El grito, primera novela de Florencia Abbate, fue la primera en aparecer y ocupa un lugar central. No sólo por las alusiones temporales a una Buenos Aires en llamas a causa de la atroz crisis social de ese año, sino por la fuerza de su escritura, por la notable forma en que cada uno de los cuatro narradores que van construyendo la novela muestran hasta qué punto el estallido de aquello que llamamos lo real lleva en sí también la ruptura íntima y trágica de nuestra subjetividad.
Críticas
“La Buenos Aires de fines del 2001, un fondo dificilísimo que Florencia Abbate logra abordar con enorme sutileza y acierto: la denuncia declamatoria y asertiva a la que el tema nos tiene acostumbrados desaparece para dar lugar a un murmullo subterráneo que no por tal pierde su poder de socavarlo todo, con una prosa límpida que no por eso renuncia a la traza de poeta de la autora, y con una mirada despojada de clichés pero no de intensidad”.
“Un poco a la manera de Dublineses, de James Joyce, pero más aun al modo del estilo de Guillermo Arriaga –el novelista mexicano autor de los guiones de Amores perros y 21 gramos– el contundente relato amplio de El grito se inspira en las reuniones fugaces de lo separado”.
La virtud principal es que los relatos atrapan mientras se leen, producen sorpresas mezcladas (argumentales y estilísticas) y se cierran con contundencia o sabia sutileza (…) Son voces que ya estaban en esquirlas antes de que las alcanzara la explosión, y que producen relatos que en vez de ordenarlas son ellos mismos estallados. Vale la pena meterse en esta novela”.
“El grito propone nada menos que la salvación, no por sugerir la compra de alguna de las ofertas del mercado del cielo o la causa, o porque oriente al ideal filantrópico en comandita, sino por la llegada de un otro con el que mirarse a los ojos sin la promesa de una fundación y con la certeza de que en el cielo de El grito (el cuadro), tras su rojo de sangre –el modernismo ha muerto, ¿cómo podría haber cursilería?–, yace la eterna metáfora del amanecer después de una tormenta”.